«La plasticidad hace referencia a cómo el aprendizaje, la adquisición de habilidades, las influencias interpersonales y sociales y otras variables del contexto pueden ejercer un efecto en la estructura física del cerebro, modificándolo y estableciendo nuevas relaciones y circuitos neurales que a su vez alteran su funcionamiento», precisan los especialistas Carlos María Alcover y Fernando Rodríguez Mazo en su trabajo de investigación Plasticidad cerebral y neurociencia social (Universidad Rey Juan Carlos de España).
Más de 50 millones de personas padecen demencia en el mundo. Cada año se registran unos 10 millones de nuevos casos, y la enfermedad de Alzheimer, que es la forma más común de demencia, acapara entre 60% y 70% de los casos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Esta enfermedad afecta a la memoria, el pensamiento, la orientación, la comprensión, el cálculo, la capacidad de aprendizaje, el lenguaje y el juicio.
El deterioro de la función cognitiva suele ir acompañado, y en ocasiones es precedido, por el deterioro del control emocional, el comportamiento social o la motivación. Se trata de una patología irreversible, aunque existen diferentes terapias que contribuyen a mejorar la calidad de vida de la persona.
Frente a estas alarmantes cifras, la plasticidad cerebral surge como una maravillosa facultad de nuestra naturaleza humana. Conocerla y cultivarla podría marcar la diferencia entre conservar la salud mental y ser parte de las estadísticas ya citadas.
«Mediante la plasticidad cerebral somos capaces de modificar hábitos o conocimientos predeterminados y aprender cosas nuevas», así lo precisa Sandra Jurado, investigadora del Instituto de Neurociencia de Alicante, en entrevista con la agencia SINC (España): «Hasta hace algunos años se pensaba que las personas con alzhéimer sufrían una disminución en la capacidad de aprender; se presumía que cualquier intento de estimulación cognitiva presentaría efectos muy reducidos o nulos. Sin embargo, estudios recientes han comprobado que las personas diagnosticadas con alzhéimer en fase leve o moderada, son capaces de aprender».
“Datos epidemiológicos, evidencia clínica anecdótica y estudios en animales, sugieren que el alzhéimer se puede prevenir, o reducir su impacto, por medio de significativos cambios en el modo de vida”, la cita corresponde al neurocirujano Sanjay Gupta, entrevistado por la revista colombiana Semana.
El neurocirujano señala que la capacidad del cerebro para compensar el deterioro asociado al envejecimiento depende en parte de la reserva cognitiva y cerebral.
Pero, ¿qué podemos hacer para mantener nuestro cerebro sano? Gupta destaca “cuatro claves antialzhéimer”, orientadas a ejercitar las habilidades cognitivas, evitar la desconexión con el entorno, fortalecer las relaciones sociales y potenciar la autoestima:
La actividad moderada (al menos 30 minutos, cinco días a la semana) le ayudará a liberar neurotrofinas, una familia de proteínas que incentivan el crecimiento de nuevas células y ayudan a proteger y fortalecer las conexiones neuronales.
Estudios sugieren que, por cada año adicional de trabajo después de los 64, el riesgo de demencia se reduce en 3,2 %. En caso de retirarse, se recomiendan actividades estimulantes y divertidas, como tomar clases de idiomas, danza o aprender cualquier otra nueva habilidad.
Solo quince minutos al día bastan para “desestresarse” y hacer cosas como escribir un diario, respirar profundo o simplemente soñar. Con eso, el cerebro reiniciará labores más fresco. También se aconseja dormir lo suficiente, porque de lo contrario, la persona puede sufrir estrés crónico, lo cual conlleva perjuicios como fallas en la memoria.
Comidas procesadas, menús chatarra, exceso de sal, bebidas endulzadas y el azúcar son tóxicos para el cerebro, sostiene Gupta. «Su cerebro pasará hambre, mientras que su cuerpo resultará sobrealimentado”, concluye. Aceite de oliva, pescado, frutas, verduras, nueces y semillas, en cambio, mejorarán su desempeño.